Dolor y tristeza se ha apoderado de cientos de residentes en Manacor. Doy las felicidades a numerosos Antonios/as, después de colgar en cada conversación, me queda un sabor agridulce, aquellos encuentros familiares, fiestas con amistades que son como de casa. Tantas tradiciones a flor de piel, su proceso, su historia. Todo pisoteado en unos segundos, por una guerra biológica que es más nociva que la primera y la segunda contienda mundial. Atacan sin rostro ni identidad, no se irán, a lo único que podemos aspirar es a ser inmunes.

Nadie en su sano juicio puede comprender escuchar les Completes sin público, por muy bien que lo haga la Banda Municipal de Música de Manacor. Vacía la iglesia se pudieron oír llantos, los mismos que sucedieron en muchas casas. Que tortura estar sentado en el sofá como mejor opción. Hoy es Sant Antoni, una fiesta dicharachera donde quién más o menos conoce a alguien y se apunta a una cita de abrazos y mano tendida. Había en una calle de Manacor un pendón negro de luto. Es comprensible. Y el primer baile huérfano y sin nadir por la calle.

Estamos de luto, el Sant Antoni de 2021 no cuenta, está borrado del calendario. Esperemos que pronto las vacunas generen inmunidad, terminen los contagios y para octubre o noviembre, las calles y plazas tengan otro color, como Sevilla, Pamplona, las Fallas, La Merced, San Mateo, la fiesta del marisco, las vacaciones en Mallorca con sus Cuevas, la Academía de Nadal, la Ibiza mágica y la Menorca filosófica. Porqué se rompió el equilibrio y no hay culpables, porqué un virus asesina a la humanidad y no intervienen de oficio los jueces de la Haya.

Reconozco que lloré, nadie saltando en la iglesia con esas estrofas tan nuestras. Ha ido pasando cada cita y una nueva puñalada rasgaba mi existencia. Adiós a San Sebastián en Palma. Y tantas fiestas y encuentros que nos hace dueños de nuestra idiosincrasia. Tristes tocan las campanas durante días, no quieren que el calendario cuente la soledad. Incluso la naturaleza nos castiga con días de sol y pan, jornadas maravillosas, cuando lo único que podemos hacer es refugiarnos en la nostalgia. Hoy escribo para que quede constancia que el 17 de enero de 2021, anteriores y posteriores los sufrimos con todas sus horas, minutos, segundos.

Pero si por mi fuese me niego a llenar el folio con esta pena tan grande. Hoy no me gustaría llamarme Antoni, de ninguna de las maneras. Y recibir llamadas para recordar años pasados y soñar con el futuro. Es muy cruel. Una prueba peor que el PCR, o la amenaza que vienen nuevos virus para que sigamos presos, cautivos, encerrados. No podemos trabajar en nuestro negocio, ver a un gran amigo, aquel familiar que vive en otra localidad. Nos cierran y nadie nos indemniza, al ERTE miserable y del hambre. Quién ha impuesto las nuevas reglas, donde se firmaron, en que mesa vio la luz.

Habrá un día no muy lejano que llegarán canciones tan actuales como las de La Bordeta, levantar la vista y leer en mayúsculas LIBERTAD. Morir poco a poco así, no es posible. Dicen los expertos que nos preparemos para el 2023. En esa fecha no quedará nada de nosotros. Monte, culebras, desierto puro, esqueletos. Yo no juego a esta macabra historia, me niego. Si me dicen que el año que viene las Navidades serán como estas, que no habrá bares y restaurantes y que Sant Antoni lo veremos en postales. Hasta aquí hemos llegado, no quiero gobierno que me lleva a una tierra prometida que es una alucinación, la inexistencia, un ferétro. Si no saben que los cambien